10.8.13

Diario de actor 2



Uno llega a los ensayos con el cuerpo y la voz que la vida le fue permitiendo tener. Con la imagen que, hasta el momento, el proceso de experiencias familiares, sociales, amorosas, laborales, sexuales, médicas, evolutivas, etc.  nos hizo ver y darnos.
Ya ensayando, nos puede pasar, como me ocurre, que  la mirada de la dirección vea en nuestro cuerpo otra imagen posible que, lejos de ser un matiz, proponga un replanteo dinámico y subjetivo. Es una mirada desafectada de los condicionamientos con los que nos configuramos, que  encuentra allí, donde siempre miramos, otra posibilidad de imagen que le propone a nuestro cuerpo ser a la vez más nuestro y del personaje.

Como una buena nueva, como la adivinación de algo inconfesable, como la confirmación de una hipótesis subversiva e indemostrable, la imagen propuesta parecería tener ya más derecho de ser, que la nuestra tal como la venimos llevando. Percibimos, ya sintiendo una convulsión  general inevitable, que allí puede haber una mayor comodidad, el fin de una resistencia y un pudor, el comienzo de una actuación más honesta.
Ya no hay retorno: ese personaje y el director comienzan a pedirle a ese cuerpo que funcione como si hubiera tenido experiencias que no tuvo,  que se viva de otra manera. "Más hombre", "más grave", "más panzón", "más simple", " más violento", “más lento”. Demandas de potencia a la latencia desenmascarada.

El ensayo se convirtió en el tiempo y espacio concreto que se dispone en la vida de esta persona/ actor para tener esa experiencia faltante, resistida, contenida, desconocida, secretamente deseada, o vaya uno a saber, que lo va a modificar al punto de que el propio cuerpo ya no volverá a ser llevado de la misma manera. Una experiencia por la que sufre la distancia inexpugnable entre el entender y ser, la angustiosa intemperie de ya estar afuera de lo que cuestionamos  y peleando para entrar donde nos prometimos llegar; pero que luego, con la llegada de un repentino placer desconocido,  nos hará tener más ganas estar con el cuerpo en el ensayo que en la vida. Allí se estarán habilitando permisos en la manera de sentirse que no son los que hicieron que la vida sea como fue  hasta allí. Comenzamos  entonces a  probar, parcial y secretamente en la vida misma, las modificaciones de un cuerpo que prepara su nueva imagen de si para lo que será el estreno. Estrenará un actor que se ha convertido en otro para hacer de otro.
No se me ocurre nada mejor para pedirle a esta actividad.

24.6.13

Diario de actor 1



Hoy me miré en el espejo y vi que ciertos gestos de mi cara han incluido unas ojeras incipientes. A la vez que sentí miedo, pensé, como si fuera dos personas distintas: "que bueno para actuar". En mis ensayos estoy tratando que el "copado" de sus ojeras aparezca cuando miro cierta medida, ya quizás irreductible, de mi panza. Si no, va a ser imposible actuar. Esta "superficialidad" que comparto, por ser justamente algo que se juega en la superficie de contacto percetivo con el público, sólo siendo asumido y afirmado como condición dinámica, significado social y valor mediático, habilita a lograr algo de lo que se suele llamar "profundo". Comparto esto porque intento elaborar junto a todos mis colegas cuarentones esta oportunidad única, que nos da la caída insoslayable de cualquier variante de ideal metrosexual, para comenzar a actuar con un cuerpo que si se anima a verse puede entender al fin cual es su peculiaridad, comodidad y potencia.
Si uno no logra estar en escena como está ante los ojos de la persona que ama, solo esta actuando que actua. Me digo algo tan severo porque realmente lo veo y lo creo y porque me quiero llevar con la cabeza a hasta la puerta de la actuación por la que solo entra el propio cuerpo. 
Mi admiración profunda para los que suelen entrar y todo mi aprecio para los que lo queremos hacer incluso fracasando.

Transcripto de:
https://www.facebook.com/alejandro.catalan.735/posts/372293009537803

14.5.13

Un gesto de Maravilla



Ensayo sobre lo que puede el gesto.





"Shakespeare dijo algo digno de mención. Uno no lo es­cucha muy seguido. Dijo: “No existe un arte que encuentre la construcción de la mente en la cara”, refiriéndose a que hay un arte de la poesía, la música, la danza, la arquitectura, la pintura, lo que sea. Pero encontrar las mentes de la gente por su cara, especialmente sus caras, es un arte, y no es re­conocido como tal." Marlon Brando.



Ya estamos muy acostumbrados a la caza de primeros planos en las contiendas deportivas. La industria del entretenimiento no puede desaprovechar la captura de esa fuente de acontecer humano que dimensiona la implicación subjetiva que adquiere cada jugada en los allí expuestos a su suerte. Acontecer que, además, puede que se inscriba y sume a una narración más grande, generada antes por otras cámaras, como historia y actualidad mediática del dueño de ese rostro. En ese caso nuestros ojos serán cazadores sutiles del gesto que se le escape a un rostro rompiendo el control de lo que le conveniente mostrar.
Los que vimos el combate “Maravilla vs. Chávez Jr.” participamos de una gran condensación de esta confluencia narrativa expresada en el gesto entre la “contienda deportiva” y “vida mediática”. El box, en este sentido, es un dispositivo privilegiado: tenemos siempre a los dos protagonistas en la imagen, mirándose y pegándose en la cara. Actuando para el otro, para el público y para la cámara. De hecho esta  lucha fue particularmente histriónica; ambos boxeadores se, y nos, hicieron gestos que jugaban decididamente dentro del Thriller psicológico en el que se había transformado la “vida mediática” ahora fundida con la “contienda deportiva”.  La pelea parecía el capítulo final de la primera temporada de una serie que nos fue atrapando hasta la dependencia. El ring era ahora el lugar en el que dos vidas contrastantes coincidían en la necesidad de convalidarse desacreditando a la otra.  Y el capítulo no podía comenzar mejor: el luchador pobre, tenaz, dotado, maduro, guapo, locuaz, inteligente y justiciero, estaba venciendo al luchador rico, hijo de papá, joven, arrogante, campeón y grandote. “Maravilla” Martínez, el protagonista,  conectaba golpes sobre Chávez en perfecta continuidad con el extraordinario monólogo que venían siendo sus apariciones televisivas. La cara de Chávez se deformaba y se convertía en la referencia material del proceso hacia un final pronosticable. Pero, como vimos,  en el último round, el mexicano logra meter unos golpes como él mismo no había recibido, y derriba a nuestro héroe haciendo suceda algo que ya se había olvidado como posibilidad. Cuando “Maravilla” Martínez, ya caído, se incorpora mínimamente y se sienta en la lona, le veremos una cara que nos pegará en los ojos más directa y contundentemente que todos los golpes que ya se habían visto. Esa cara será la contracara misma de todo lo que hasta allí se había narrado. Luego de un breve paso por la siempre horrenda expresión de quien, sin desmayarse, se ha ido de sí, logramos percibir su dramático retorno a la conciencia porque sobreviene un gesto que delata la dimensión subjetiva que toman las circunstancias en las que nuestro boxeador se reencuentra y reconoce. Describir su composición afectiva  sería reducirlo. Pero como espectador de esta historia, no dudo que en esos escasos e involuntarios fotogramas, vi a Maravilla reconocer que su vida estaba tomando el rumbo de la  peor escena que le podía suceder a su película; que temió que todo lo hecho, desde que se fue a España hasta hoy allí, sea el descomunal camino hacia la absoluta decepción y el principio de una condena al perpetuo sinsentido. En la cara de Sergio Martínez se parte su historia. Es el momento en el que, como en el flujo de un río, el acontecer narrativo se estrecha al tamaño de un rostro, porque su cause adquiere la profundidad de una grieta.

Su retorno a la pelea será entonces a otra pelea, “Maravilla” no vuelve a pelear con Chávez Jr., sale a pelear por algo que ya es su vida misma: su imagen. Debe mostrarse y mostrarnos una actitud de pelea que reduzca hasta donde más sea posible la dimensión narrativa del acontecimiento subjetivo que mostró a su  imagen presa de la derrota y el fracaso. Sale, entonces,  a pegarle a lo que le sucedió, a mostrarse y mostrarnos que eso que le vimos no fue tan real y significativo como pareció.
Pero lo que sucedió y dejó ver su rostro ya estaba impreso en nuestra percepción y cualquier cosa que hiciera, no haría más que mostrar y acentuar a aquello que se quiere negar. Aunque el acontecimiento haya sido tan ínfimo como los pocos segundos que hubo dese que se sentó en la lona hasta zambullirse en el barullo final de golpes, su gesto tuvo la pregnancia de una afectación en la que la cara, aquietada unos instantes entre la agitación general, muestra algo de lo que allí sucede que no puede ser contado por ninguna otra cosa que no sea su gesto.

“Vos ganaste por puntos, pero yo te vencí; por un instante te convertí en un niño perdido. Tus golpes deformaron mi cara, los míos, tu alma”, podría decir Chávez en el final de la adaptación teatral de esta historia. Adaptación en la que los procedimientos escénicos habituales llevarían a tema de diálogo lo que un gesto puede con su sola capacidad perforante. Porque si esta pelea y este rostro habilita pensar algo es, justamente, en el poder narrativo del rostro. Por un gesto “Maravilla” pasa del héroe heroico que podría haber sido, al héroe trágico que terminó siendo, aunque nada de lo que luego se dijo e hizo quiera dar cuenta de ello. Martínez ganó perdiendo o perdió ganando. Llegó finalmente a su negado y ambicionado cinturón de campeón, pagando el costo de verse y mostrar la cara de la derrota.

7.2.13

La muerte de Spinetta


Ensayo sobre el fin del “teatro alternativo”.

                                                                                                                                  Dedicado a Ricardo Bartis

Se murió Spinetta. Aún me duele saberlo. Cuando me enteré, sentí que se iba del mundo una  prueba viva de lo que puede ser, en esta época, un vínculo con el arte tranquilo y radical. Sabía que esa dimensión de la cuestión era algo que corría por mi cuenta, pero no me pareció un sentimiento tan exclusivamente personal. Es posible, incluso, que ese haya sido el aspecto de su fallecimiento que sumó al lamento a muchos otros que nunca fueron especialmente spinetteanos.  De hecho, el día que se anunció su muerte, me pareció ver en el Facebook  un indicio claro de ese extraño consenso. Siguiendo el conmovido desfile de frases que acordaban en la dimensión excepcional de la pérdida, una característica común comenzó a resultarme llamativa. Las  frases se relevaban, entregándose, como un pergamino, dos palabras que sostenían su presencia: “artista” y “creador”; y si bien puede resultar esperable que estos términos se reiteraran y tengan una presencia predominante, había algo en su uso que me impresionó más que la cantidad: colocadas junto a “Spinetta”, “artista” y “creador” parecían escritas buscando que asumieran una sentido mayor. Ambas palabras, junto a ese nombre,  alcanzaban un grado más alto que el que suele darle  la medida de nuestro hábito. Distinguir a Spinetta nos permitía  un redimensionamiento del significado de esos términos. La llamativamente numerosa y exclusiva compañía que tuvieron junto a su nombre, parecía responder a la oportunidad de limpiar esas palabras de la banalización cotidiana con la que las empleamos,  y ejercerlas con la cualidad jerarquizante y excluyente que  sabemos pueden tener. Sirva como ejemplo de la exacerbación  de esta curiosa necesidad, aquellos que dudaron  de la posibilidad de sortear esta banalización, y las antecedieron con un dramático y elocuente “verdadero”: “verdadero creador”, “verdadero artista”. Refiriendo a la muerte de Spinetta parecíamos decir algo sobre el mundo en el que Spinetta moría; algo que, indirectamente, me sonaba como una denuncia sobre nuestra actualidad, como una puntada de dolor en un acostumbrado malestar. ¿A quienes les estamos diciendo que en realidad no son “creadores” y “artistas”? ¿Nos lo decimos a nosotros mismos? ¿A todos? ¿Por qué? ¿Qué necesidad encolumna y motoriza las frases de esta red bajo este sentido discriminativo y reivindicatorio?  

Todo esto lo pensaba teniendo en la cabeza el mundo que constituye mi Facebook: el teatro “alternativo”, “independiente” u “off” de Buenos Aires y otras ciudades grandes de nuestro país.  Cuando allí percibo esta  necesidad tan generalizada de señalar a un “artista” o “creador” de manera  inequívoca e indirectamente crítica de lo que parece ser la medida que maneja nuestro hábito, creo escuchar un tono subjetivo que me resuena personalmente. Pienso entonces, en los colegas que tenemos entre 40 y 65 años, participamos del teatro de los 80 y/o 90, coprodujimos un discurso en el que las prácticas y las palabras tuvieron una relación afirmativa y consustanciada, y hoy vemos como nuestros valores artísticos de partida  no se componen fácilmente con la dinámica que debemos habitar. El medio en el que emergimos ha cambiado cualitativamente, y el actual parece rechazar ciertas condiciones de lo “artístico” y “creador” con las que hace un tiempo habíamos modificado muy profundamente el hacer y pensar del teatro de Buenos Aires. Hoy parecería imperativo, tener que aceptar una actualización, que implica el abandono de esas condiciones esenciales por estar muy a contrapelo de la actual dinámica mercantil. 

Recordemos, mínimamente, que:
  • El sentido del hacer del antiguo “teatro alternativo” era  la “creación de lenguaje”. Según esto, el valor de una obra estaba en la recomposición de lo escénico a lo que se aventuraba.
  • El tiempo de ensayo era todo el que el proceso de creación necesite. Eso demandaba  una relación con el tiempo y el dinero que no profesionalice y ponga condiciones y presiones externas al ensayo y al propio imaginario escénico.
  • La cualidad distintiva con la que se dió a conocer y distinguir al “teatro argentino”, tenía actor como productor preeminente del sentido de la experiencia escénica. 
  • Desde el “teatro alternativo” eran claras las imposibilidades que el teatro “comercial” y “oficial” tenían para encarar de manera artística y creadora un proceso de creación. 
Todo esto se planteaba desde una época en la que aún regía el “campo teatral”. En él las diferencias  prácticas eran claras en sus procedimientos, su historia y su apuesta. Ahora estamos en tiempos de “mercado teatral”, dinámica áspera si las hubo, que sin ser nombrado ni asumido en sus obstáculos creativos, presiona, induce y dicta el proceder de cualquier práctica teatral “alternativa”, “oficial” o “comercial” licuando sus diferencias. Porque en el sentido mercantil, una obra es, antes que nada, la vidriera donde cada uno trata de mostrar algo consumible para entrar o mantenerse en la existencia mediática.  

 
La consecuencia escénica para el “teatro alternativo” es que la “creación de lenguaje” es  reemplazada por la misma dinámica escénica que constituye cualquier obra del mercado: ideas escénicas o textos  que engloban y habilitan participaciones efectistas que buscan desesperadamente pegar en el mercado. El sentido mercantil antes que económico es “mediático”, por eso lo “alternativo”, lo “oficial” y lo “comercial” hoy comparten una misma lógica práctica y eficacia: el impacto. La "creación de lenguaje" debe abandonarse porque encontar una lógica de composición escénica es inviable en la medida que hay que avalar el eclectisismo escénico que genera la búsqueda de impacto en todos los rubros escénicos.

El problema más profundo no es la guita, es la publicidad. Es que en vez de juntarse para inventar un juego conjunto y propio, el mercado nos junta para exponer el impacto con el que cada uno busca que lo aprueben, seleccionen, premien, subsidien, inviten, produzcan, etc. El casting reina como dinámica y sentido de todas las experiencias 

¿Está mal querer tener réditos mediáticos y económicos? Para nada. Pero si ese es el sentido del hacer,  las consecuencias  prácticas son claras y concretas. No tratemos de pensar que haciendo “publicidad” somos “artistas” o “creadores”. ¿Está mal que un actor o director haga cosas comerciales? Para nada, lo lamentable es perder el espacio,  el tiempo y los vínculos con los que poder hacer obras en condiciones creativas. Y eso no se pierde por “comercializarse” para ganar guita, eso se pierde por “mercantilizarse” en todo gesto escénico,  por hacer obras sin guita cuya apuesta principal también es lograr existencia mediática, por hacer obras que son publicidades, por dejar de percibir la diferencia, a veces muy sutil, entre trabajo y creación. 

El “teatro alternativo” actual, como cualquier teatro,  está preponderantemente constituido por obras en lógica mercantil aunque haya gente menos conocida  reunida en cooperativa. Allí empieza el colapso subjetivo de querer seguir atribuyendo a la práctica “alternativa” ciertas palabras y valores que ya no dan cuenta de lo que en verdad se está haciendo. Por eso el mercado lo llama “off” y sus habitantes “independiente”; porque su diferencia ya no es cualitativa en términos prácticos, es solo cuantitativa en grado de celebridad y dinero. Las obras que actualmente logran ser creaciones o al menos se ve que lo intentaron, son aquellas que han evitado la dinámica mercantil incluso en sus rasgos de procedimiento “alternativo”. Son creaciones teatrales a secas que convirtieron en artistas a sus participantes. Tienen la misma posibilidad que cualquier obra de ser un éxito o un fracaso, pero ya tiene el beneficio del sentido que genera la experiencia del proceso de intentar crear. Eso no se ofrece en el mercado.

En estas transformadas circunstancias, Spinetta, que ya había vivido las mutaciones de un mundo en el que muchos de nosotros no vivimos, y luego también las que si nos tocó vivir, resulta  un extraño ejemplo de otro mérito post mortem que se mencionó y ponderó mucho en el Facebook: su “coherencia”. Evidentemente nuestra lista de “artistas” y “creadores” teatrales desbarrancados es silenciosa pero numerosa y cruel. Parece haber caído una bomba que dejó todo en pie pero hizo polvo  las subjetividades.  Perplejos de tal fenómeno y un poco lastimados, valoramos la “coherencia” como el sostenimiento heroico de algo que todos pierden. Y lo que hizo Spinetta fue mantener fuera del ensayo las presiones y condicionamientos del mercado que le hubieran impedido disfrutar de una práctica artística rigurosa, ambiciosa, fraterna y festiva. 

Me parece imprescindible poder pensar esto para no caer en la triste subjetividad del nostálgico, el renegado, el fundamentalista, el atontado, el cínico y otras figuras a las que lleva la negación. No pensar, también genera trabajo, y quizás no estemos pudiendo reconocer el malestar que implica tener que reducir nuestro pensamiento para poder habitar  un medio en el que parece convenir una relación reducida y difusa en el vínculo de nuestras prácticas actuales con las condiciones de creación, la historia escénica reciente y las palabras.  Quizás por eso, la posibilidad de ser “coherentes”, de enrostrarle a un  mundo relativista y regalero la  altura que “creador” y “artista” podían tomar junto al nombre de Spinetta, fue una oportunidad que no pudimos ni quisimos desperdiciar. Porque no vivimos una época en la que estas afirmaciones puedan manifestarse fácilmente ni que, incluso, desde cierto punto de vista, convenga tener. El mercado es feroz. Se puede percibir la incomodidad en el rostro de nuestro interlocutor al hacerlo partícipe de un pensamiento que señale algún tipo de ineficacia o falla en la obra de alguien o en cierto tipo de modalidad práctica. El mercado nos hace temerosos de que podamos decir o hacer algo que nos cierre posibilidades laborales. El mercado nos pone relativistas, cínicos, demagógicos, nos propone ser más copados y abiertos que pensantes. El mercado nos hace cómplices de la pérdida de la capacidad de cambiar, de abandonar eficacias  probadas. El mercado nos hace negarlo como presión fundamental de nuestro hacer mientras nos quema. El “queme” mercantil es el que permite decir y escuchar sin inmutarnos “yo trabajo en lo comercial y lo alternativo de la misma manera”, “el buen teatro está en cualquier parte”, “el teatro actual es una multiplicidad de singularidades”. 

Pero cuando el “queme” no es absoluto, el malestar hace de la dolorosa muerte de Spinetta la oportunidad de mostrar viva la capacidad de discriminar y distinguir una jerarquía práctica y subjetiva que excede a las que habitualmente nos anestesian la exigencia de nuestra percepción y nuestro juicio artístico. Algo sigue atento, al menos, a la captura de experiencias ajenas que mantengan viva la fe.  Porque sabemos que la creación es milagrosa. Sabemos que muy esporádicamente vemos obras que nos renuevan la percepción y nos muestran hasta que punto veníamos viendo noche a noche, una misma obra verborrágica, veloz, efectista, e inverosímil.

Ante la postergación cotidiana de las condiciones de ensayo artísticas mencionadas al principio, y que hace un tiempo hicieron a la cualidad práctica “alternativa”, la muerte de Spinetta nos permitió ejercer  la capacidad maltrecha pero viva, de reconocer en alguien  una posición práctica creadora. Quizás la vida de Spinetta ya tenía más sentido para todos por esto, que por su última etapa musical que ya pocos escuchaban.  Su muerte quizás sea entonces la oportunidad de dejar de sentirnos artistas solo por vernos capaces de valorar a uno, y salir de esta locura de presiones, sin historia hacia atrás ni procesos hacia adelante. El “teatro alternativo” no pudo pensar su relación con el mercado y se disolvió en el razgo práctico que el sentido mediático le da a todo: el impacto y su consecuente eclectisismo. Pero dejó condiciones a partir de las cuales seguir pensando y haciendo; están allí para todos los que queramos seguir en la cocina del mundo pero afuera del horno. 

Larga vida al flaco y al teatro alternativo en la de cada uno.




                                                                                       
Enero de 2013, Santa Ana, Uruguay


26.8.12

Marilú Marini

Ensayo sobre la experiencia de actuar.

                                                                                                                             Dedicado a Valeria Lois


Todavía sigo afectado por la actuación de Marilú Marini en "Las criadas". Salí diciéndome: “hay más arriba”. El techo de lo posible se me había vuelto a subir. Como si el tiempo me lo hubiese ido bajando como los párpados de quien se adormece, Marini me sobresaltó haciendo que mis ojos y oídos retomen un grado de actividad e importancia, que yo sabía que tenían, pero no recordaba hasta que punto. Porque si hay algo que esta actriz hace, es estimar y trabajar sobre los sentidos del publico. La frontalidad que se procura, sus pases de lo grande a lo chico y viceversa, los matices tonales que logra su voz, la estabilidad de su rostro, la actividad de su boca, la continuidad de su proceso subjetivo, en fin: la afirmación del vinculo perceptivo con el espectador como el lugar de su producción e intercambio. Ser espectador de Marini es quizás lo mas próximo a la experiencia que debe ser para ella misma actuar. Esa afirmación desmesurada e infrecuente del contacto quizás sea lo que explique el disfrute excepcional que se, y nos, depara en su despliegue. La veía actuar y pensaba: “¡Ahí esta! ¡Ahí esta el sentido de actuar mejor! ¡El disfrute! ¡No el éxito, que puede llegar sin siquiera rozar estas alturas e incluso ser un obstáculo! ¡El que actúa mejor disfruta mas!”

Y que es actuar mejor? Ahí estaba, ahí lo vi: es lograr mayor actualidad en el despliegue afirmando el contacto con el publico como zona y sentido ficcional del juego. El famoso “estar ahí”. “Estar ahí”, el de la experiencia Marini, que luego de la función, y pasados varios días, se me volvía una interrogación. Por un lado, me convalidó el pensamiento que voy forjando para acercar, en la práctica actoral, al cuerpo a esa experiencia; pero por otro, me hizo ver que, cuando sucede esto, obviamente, no es el desenlace de un encadenamiento lógico. Desde la experiencia Marini algo era efectivamente conocido y lógico, pero a la vez, algo en lo que sucedía, aparecía como más grande y fundamental. Me vi entonces empujado a volver a preguntarme lo esencial; pero me lo pregunté como publico, quizás porque alguien que actúa así no me permitió ni hizo que yo quiera ni pueda ser otra cosa que eso: espectador. Me pregunté: “¿De donde surge este disfrute? ¿Por qué quedé así? ¿Qué beneficio nos proporciona la experiencia de una actuación así? ¿Que nos da? ¿Que nos hace? Cuando luego de varios días me irrumpió una posible respuesta me estremecí. Sonreí solo. No se si la respuesta será exacta, pero si se que a esa actuación la honra, ya que al menos, explica su actuación como fenómeno del mundo posible e imposible de lo excepcional.

Yo pensaba que no había mejor referente para entender la actuación, como vinculo y contacto del actor con el publico, que el sexo. El contacto adquiere una dimensión táctil y sensorial. La piel del actor toca los ojos del público y la voz toca el oído. La superficie expresiva del actor estimula y manipula la percepción del espectador. Si entendemos la utilización de la voz en la escena de la manera que interviene en la situación sexual, resulta más admisible, muy por el contrario a la tendencia actual, hablar menos, mas lento, cálido, matizado y corto. Se hace más admisible, y esto es lo importante, no hablar, afirmar lo que se ve que pasa como algo permanente y narrativamente suficiente e incluso fundamental. Así se invierte la conducta escénica predominante, que se organiza en el decir, y pasamos a un fenómeno de constancia y manipulación visual en el que la voz se agrega sumándose al fenómeno y se va. Pero esta comparación, que tiene muchas derivaciones interesantes, ya había quedado reducida. La experiencia Marini me amplió cualitativamente la dimensión vincular del fenómeno. No sin temor a la cursilería que me genera decir el nombre de la nueva referencia, tengo que postular que el beneficio por el que me preguntaba al ver una actuación así, aquello que me dejó afectado e interrogado, no es ni más ni menos que el amor. Si, ya está.

Cuando la capacidad y la suerte nos permite conocer la experiencia del amor, sea en el vinculo que sea, podemos entender qué es mirar y escuchar a alguien realmente. El amor permite algo, que en cualquier otro vínculo, genera de inmediato una gran inquietud: que las miradas se posen tranquilas, descaradas y potenciadas. Curiosamente, el teatro lo habilita como convención, nos autoriza a mirar y escuchar a alguien, al actor, de manera explícita e ilimitada; pero muy excepcionalmente esto está apropiado desde la actuación, para convocar aun vínculo que, Marini mediante, adquiere la dimensión de una experiencia amorosa.

No es fácil. El teatro está presionado por el contexto mediático desde el que fatalmente se hace y se expone. Allí la actuación, como cualquier rubro, se juega por la eficacia que le ofrece al mercado de trabajo. Esto la hace temerosa y resistente a la incertidumbre que implica una experiencia de encuentro que la saque de la manera que ha encontrado para impactar en un vínculo de consumo. A esto sumémosle el apuro y la soledad actual del trabajo del actor, con directores que no tienen la capacidad de estimar y señalar los acontecimientos que hacen de la actuación la creación de una subjetividad, y entenderemos que es realmente muy difícil no actuar la publicidad de la propia actuación desalojando de entrada la invitación al encuentro. La actuación reducida al impacto, que provee la eficacia de un puñado de operaciones, puede ser exitosa, pero hace que se reduzca la dimensión humana de lo actuable por no contar con las herramientas y matices que solo se desarrollan arriesgándose a afirmar el encuentro perceptivo como condición del despliegue. Dentro de esa dinámica limitante del impacto, el disfrute es, en el mejor de los casos, reemplazado por la euforia. La euforia de la escena mediática: vidriera, impactos por doquier, valores culturales, atención de los medios y público de pie. Es muy común que los futbolistas y actores famosos tengan la necesidad de manifestar que su familia y amigos son además de lo más importante, su remanso, aquello que los conecta con otra cosa. Como si indirectamente estuvieran denunciando la impostura agotadora que parece necesaria en un mundo que paradójicamente depende de la capacidad de juego. Pero cuando en el juego está en juego la supervivencia en el mercado, ya nadie se divierte tanto y nada tiene sentido sin éxito.

Muy contrariamente a lo que le sucede por igual a actores famosos e ignotos, Marini perfora la escena mediática que su nombre, aunque su actuación fuera mediocre, podría generar como sentido previo y final de la experiencia. Marini no está efectista, no está famosa, no está cultural, no está ideológica, no está canchera, no está “cool”. Porque? Como? El amor es un laburazo, pero, a la vez, es un gran descanso del resto de la vida. El amor desaloja la medida social y mediática de lo que somos porque impone la intimidad de un intercambio en el que todo lo que no persigue interés queda abierto a la percepción y el intercambio. Marini pone en juego el amor en la situación escénica. La respuesta “mariluciana” seria una pregunta: ¿Por que tendría que surgir de mi algo que limite, niegue o se pavonee entre ustedes y yo, que somos lo mas importante que acá esta pasando, mis amores? ¿Cómo perderse la oportunidad de abrirme y que me amen de la misma manera que yo los amo porque los vivo y asumo como verdadero sentido de esta hora de vida?

Marini nos brinda la posibilidad de estar realmente con alguien, alguien que asume con absoluta plenitud y festejo nuestra presencia allí como portadores de ojos y oídos. Su actuación trae la obra a un presente compartido en el que respira con nosotros. Por eso nos ama, porque nuestra presencia la habilita a la posibilidad de generar una actualidad radical en sus actos, con el que nosotros nos sentimos estimados como publico de ese día, en cada instante, y ella, autorizada a ser por un rato la dueña del destino de nuestro corazón. Ambos pudiendo realmente compartir un tiempo y un espacio.
Marini no sale a escena, nos adentra en su imagen.
Marini no trabaja sobre el texto, trabaja su voz sobre el silencio que nos envuelve.
Marini no está sobre el escenario, se para en la continuación de nuestro suelo.

Cada vez que digo “andá a ver a Marini” estoy invitando a literalmente eso, a ver. Compruebo luego el efecto que tiene verla, en alguno de mis colegas, en los actores con los que trabajo, en mis actuales directores y obviamente en mi propia actuación. Todos queremos salir a actuar para descansar de este mundo; para vivir un momento más real; para disfrutar humildemente del tremendo poder que se nos delega.

Marini es actualmente una constelación milagrosa de talento, instrumento y experiencia. En esto último la edad no es un detalle cuando “experiencia” se asume como un concepto superador de carrera. Digamos que puede haber carreras exitosas sin una “experiencia” proporcional. En términos de “experiencia” la carrera es “proceso”. Y el proceso de actuación de un actor tiene como único norte de orientación de su pensamiento y su despliegue, el lograr una mayor capacidad de contacto. El proceso se va generando en la oportunidad u obstáculo que cada obra es para esa “experiencia” que se quiere acrecentar. Esta “experiencia” nunca es profesional, no busca ser eficaz, es artística, porque implica poner en cuestión los procedimientos que logro reconocer como límite y habilitar lo que presumo me proporcionará una mayor presencia y actualidad. En Marini, la edad, tiene el contundente beneficio de un proceso orientado en pos de está “experiencia” cuya oportunidad de profundización actual, son las funciones que está haciendo ahora.
En este sentido Zorzoli es el segundo término de la actuación que aquí pondero. En Marini confluyen las condiciones que antes enumeraba y otro milagroso elemento: mirada. Se ve una medida y un registro. Se ve un encuentro de actriz y director. Un director que fue ojos y oídos en los que se fue preparando la cita para nuestro encuentro y flechazo. Es probable que ambos se hayan mejorado mutuamente, es decir, procurado un mayor disfrute. Gracias.

Montevideo, 24 de agosto de 2012

9.1.12

Entrevista radial

Esta entrevista me la hizo Julián Fernández Mouján y Matías Neuburger para un programa llamado Figura Humana. En una conversación telefónica anterior a la salida al aire, le pregunte a Matías sobre qué me iba a preguntar; él hizo un breve silencio y me dijo algo así como "vamos a pensar sobre algunas cosas del arte, de tu trabajo...". Me copé con la respuesta, íbamos a ver que se armaba, me dije: "estos tiene una". Y la tienen: saben escuchar y ayudar a desplegar el discurso del otro. El programa es los Martes a las 21 por FM Fénix (100.3 mhz en Zona Norte, BS AS) o por internet en www.fmfenix.com.ar.


25.10.11

Audiovideoteca

Esta entrevista me fue hecha en mayo del 2008 por Ana Duran para un proyecto llamado "Audiovideoteca". Solo han pasado 4 años y ya se percibe el valor de este trabajo. La entrevista y luego su edición lleva la reflexión de lo general a lo particular con muy buena hilación y condensación. Mi formación, los acontecimientos que me forjaron, el under, Bartis, una visión sobre el proceso de la actuación en los 80 y 90, la actualidad práctica, mi trabajo sobre la actuación, qué enseño, qué dirijo. A mi me vino bien verla. Antes decía mejor algunas cosas y todavía no decía otras.

Todo mi reconocimiento para Ana y la gente que trabajó con ella.






3.9.11

UN ÉXITO

Recién ahora me pude sentar a escribir un poco sobre el reestreno reestreno de "Amar". Antes fue imposible. La incertidumbre que genera la sola idea de que la obra no vuelva a ser la misma, acrecentada por todos lo cambios y cortes que terminamos el año sabiendo que debíamos hacer, y frente al renovado temor de que la gente no vuelva, (estimulado, además, por la extrema dificultad que está teniendo filtrar hasta el día de hoy una mísera gacetilla), generan una presión tal que mi subjetividad era la de un desesperado más de este medio mercantil y mediático, y no hubiera sido posible escribir otra cosa que no suene a vil publicidad, a nota en la que el artista contesta preguntas con la misma mesura reflexiva que simula el más hábil y voraz vendedor de cualquier producto.

Ya reestrenamos hace casi cuatro meses. Los cambios y recortes muestran su eficacia y validez ante el público. “A la gente le gusta”, es algo que en este reestreno me digo como dato que no puedo reducir ni relativizar, pudiendo, entonces, sentirme contento por el simple hecho de que a mí también la obra, en muchas funciones, me gusta. Y siendo lo exigente que me dicen los actores que soy, y padeciéndome mucho a mi mismo, que mi alegría aparezca como fenómeno posible es algo que saca a mi exigencia del plano de la locura y la acerca y amiga con otras condiciones del trabajo que procuran creatividad y, aunque parezca paradójico, disfrute.


Sin “problemática” estás en problemas.

Entonces estas líneas son escritas por alguien ahora más tranquilo, al que además ya le pasaron muchas cosas buenas con su obra luego de reestrenar: público en las dos funciones, buenas funciones, viajes, un premio, reconocimiento de los colegas, lo que se suele llamar: un “éxito”. “Éxito”, un club exclusivo y transitorio, que funciona en un edificio que no se sabe cuantos pisos tiene ni para arriba ni para abajo, en el que conviven seres en la gama de lo atroz a lo sublime, brindando y felicitándose, pero sin mucho más para compartir. Así que mejor ver que cada éxito es cada éxito y quedarse contento festejando en casa con los suyos. Porque este “éxito”, deducible de los efectos que supone la eficacia de una obra, entraña, en mi caso, un festejo secreto y conmovedor proveniente de un logro constitutivo que es condición de lo que hicimos en Amar: poner en práctica procedimientos en los que afirmo un sentido artístico, o sea, operatorias que se hacen posible para el hacer teatral.

Esto es fundamental en la manera que concibo el trabajo. Si bien he abandonado las condiciones de creación y procedimientos del mejor teatro de los noventa, continúo fiel a su apuesta principal como sentido fundamental del hacer artístico: “creación de lenguaje”. Esta apuesta, como imperativo práctico, impone la siguiente pregunta: ¿qué es lo que la obra quiere hacer y hace con el teatro en el contexto de lo que ya se hizo, se está haciendo y ya hiciste? “Amar” es un gesto escénico que se constituye como respuesta. Por eso cuando estoy frente a algún tipo de reconocimiento, festejo que se valore una obra hecha desde una hipótesis de la historia, la actualidad del teatro y el propio proceso artístico. Eso no hace que AMAR sea buena, ya que esas condiciones no garantizan nada más que un buena “problemática”.

Pero una buena “problemática” no es poco. Una “problemática” ya es algo antes que el éxito presione y se expida. Incluso cuando el “éxito” nos fue esquivo y, peor aun, la obra no nos cerró ni a nosotros mismos, la “problemática” atravesada como cuestión artística nos habrá dejado mucha data para el logro de una mayor consistencia en el próximo intento. Una “problemática” es nada más y nada menos que una cualidad práctica que afirma una hipotética respuesta a la pregunta que dijimos hace la “creación de lenguaje”. Esta respuesta no estaba en el saber de los que allí se implicaron, y fue en el proceso de despliegue de su mismo hacer que se generó su autoconocimiento y depuración. Tamaño desafío habilita y exige en su proceso: grupo, pensamiento, transformación y potencia. Y si la inteligencia artística y afectiva logra continuidad y acumulación, la experiencia podrá ser habitada y nombrada por lo que identifica y declara como prácticamente singular. En suma: la “problemática” genera condiciones de encuentro en el hacer posibilitando que el ensayo adquiera un sentido propio, y que en su proceso, extenso, incierto y fascinante, sus implicados quieran evitar todas las presiones, apuros, amnesias, tentaciones, facilismos, complacencias y efectismos que impone el “éxito” cuando se convierte en el sentido de la experiencia.

Y, si, del “éxito” hay que cuidarse. Ante la ausencia de “problemática” la dinámica del mercado nos hace seres esencialmente superfluos y, al “éxito”, el índice único de existencia. La desesperación por alcanzarlo genera en el hacer, síntomas prácticos que están presentes de manera generalizada en la práctica teatral actual, y dan cuenta del tipo de presión que nuestro medio impone en los artistas que no logran algún margen de autonomía problemática. Por esto festejo también en nuestro “éxito” la consiente atención que pusimos, hasta donde pudimos, para evitar los procedimientos con los que el “éxito” suele entrar al ensayo desesperado por garantizarse.


Cualquier cosa

El otro día leía las declaraciones de un famoso director y dramaturgo que aconsejaba, a los que quisieran dirigir, que aprendieran a escribir teatro. Pensé en el periodista que escuchó eso, luego lo desgravó y finalmente lo puso en la nota siempre con la misma verdadera neutralidad. Pensé en los lectores que asumen el concejo como algo de lo que hay que hacer para aspirar a algún porcentaje de esa eficacia y el reconocimiento. Pensé luego en Kantor, al que vi en televisores no muy grandes reproducido en VHS, y me devoré en libros; recordé la primera vez que vi a Pompeyo Audivert en babilonia, año 80 y pico, y comprendí, con un actor, a qué se refería Kantor cuando de mil maneras, hablaba de buscar que el fenómeno esté concretamente ahí; me volvieron las clases de Bartis en las que el teatro estaba siendo desatado en los cuerpos que se quisieran desatar, para ver las posibilidades escénicas que emergían desde ellos. El aluvión de ese pasado reciente, desencadenado por ese consejo prehistórico y actual, me hizo patente el hecho de que la historia del teatro no se impone hoy como evidencia y explicitación en nuestro medio. Se puede hacer y decir realmente cualquier cosa. Pero no el “cualquier cosa” que subraya lo indeterminado del trabajo actual de creación, sino el “cualquier cosa” de una subjetividad imposibilitada para concebir y aceptar algún tipo de condicionamiento. Ni los condicionamientos que pueden tomarse de la historia para delimitar algún grado de actualidad práctica, ni los condicionamientos que pueden reconocerse en la actualidad como inductores de una manera de hacer.

El mercado escénico genera una subjetividad que no puede convivir con las condiciones de creación que dejó Kantor, ni ninguno de los directores del siglo XX que hayan problematizado la autonomía escénica, ni los acontecimientos actorales de nuestra ciudad de las ultimas dos décadas de ese siglo. Tampoco puede percibirse o reconocerse afectada e influida por una fuerza externa a su mundo subjetivo. La consistencia de su identidad artística es demasiado frágil y caprichosa como para poder apropiarse de condiciones que exijan algún tipo de transformación o cuestionamiento. La desesperación de fondo tiene la misma fuerza que en el siglo xx tenía la alienación. Hoy, en la orfandad de formas, métodos, técnicas e instituciones totalizadoras que donen una verdad, la consistencia artística parte de un contexto indeterminado, fragmentado, ahistórico, saturado y disperso, que, a la vez, exige alcanzar una cartelera alta y rutilante como único índice válido de existencia. Es algo así como que para salir de la arena movediza, la salvación demandara un salto. Es realmente desesperante. Ante esto, o “problematizo”, es decir busco, reconozco, acepto y afirmo condicionamientos artísticos como elementos a integrar en la configuración de mi práctica, o caigo en la pura subjetividad y, mistificándola, la sanciono como esencialmente singular y asumo mi práctica como su automático efecto. En este artista, la autoproclamada peculiaridad de su persona contendrá la originalidad de su arte.

De esta manera, “cualquier cosa” puede ser dicha o hecha porque parte de un artista que confía, sobre todo cuando lo convalida el “éxito”, en ser una emanación congénita de singularidad y talento. Lo que en términos prácticos podría confirmar o cuestionar este mérito autoadjudicado, no tiene discurso rastreable. Porque un pensamiento práctico, implicaría el tener que definir prácticamente el carácter creador y singular de las obras y esto es un desmistificador automático. La pregunta que invita a formularse la “creación de lenguaje” se saltea de arranque. La mistificación artística se la juega y trabaja a la legitimación en “éxito” que le puede proveer el mercado en algún momento.

El mercado es muy cruel y exigente pero no a nivel artístico. De hecho es alimentado fundamentalmente por entretenimiento con marketing de arte. El único enunciado práctico que podría dar cuenta de la estrategia del hacer de este artista desesperado y mistificado sería: “con lo que a mi me sale, se me ocurre, me conviene y me excita, tengo que hacer algo que pegue en el contexto de lo que hay”. Quizás suene más propio en boca un publicista, que podría afirmarlo sin pudores; pero si sos algo más elevado que un publicista, si sos un artista, no tenés ni que decirlo ni pensarlo: el mercado te lo hace hacer y vos lo vas a hacer convencido de la guía de tu genio.

La dinámica práctica de la subjetividad artística que produce el mercado, es publicitaria. Es publicitaria porque, como dijimos, el sentido convalidante es el “éxito”, y la distancia más corta entre un ser desesperado y el éxito es un buen “impacto”.

El “impacto” es la operación que le da sentido escénico a todo lo que sale a escena cuando no hay una “problemática” que componga los cuerpos y rubros en el contexto indeterminado, fragmentado, ahistórico, saturado y disperso en que se inscribe el ensayo bajo la insidiosa presión de “éxito”. Digamos que la “problemática” por excelencia de nuestra época es transformar partes dispersas en componentes de una textura común. La “singularidad” sería entonces la específica manera en que unos cuerpos y rubros heterogéneos han logrado transformarse inventando un juego propio e intransferible. No existe una subjetividad o un artista “singular” ya que la singularidad no está garantizada y depende, cada vez, de un encuentro con los otros en el que la singularidad, si aparece, será una dinámica que transformará a todos para componerlos. Si algunos de los componentes demanda un respeto particualar, o es erigido como centro y valor, o se resiste a abandonar su eficacia conocida, o le dona sentido a los otros, o no puede abandonarse como componente, o tiene mayor responsabilidad imaginaria que los demás, etc. solo tendremos otro espectáculo, quizás interesante, pero no singular.

Es entonces que si la obra no supera la dinámica del contexto desde el que partimos, generando el trabajoso milagro de una textura común, cada uno queda expuesto y arrojado a su aporte particular. Este aporte propio y descompuesto del resto, demanda una eficacia propia que debe procurarse el “impacto” con el que estimular por sí mismo al espectador y su beneplácito. El eclecticismo reinante, como síntoma general del teatro actual, es el efecto de esta fragmentación de partida no superada y tenuemente convertida en “espectáculo” como reunión de todos impactos que inventaron los rubros implicados. Así se disocia y delata, como publicidad de si misma, la “inteligencia” del texto, un actor que la “pega”, la “idea” escenográfica”, el “tema” que aborda la obra, el “buen efecto” que genera tal o cual procedimiento, etc., etc.. En el rasgo del impacto que caracteriza cada participación se confundirá originalidad con singularidad. El artista mistificado será diferenciado por su universo de temas y tipos de impacto sin que entre en cuestión que la dinámica de su hacer es un puro efecto y síntoma de las condiciones y presiones, para él inexistentes, que impone el mercado.

Volviendo al artista consejero y “exitoso” que mencionamos al principio, y ajustándonos a la letra, como él lo hace con su teatro, reconozcamos que habló de “dirigir”, no de “crear”. Claro que, mistificado y exitoso, la connotación creadora de su dirección es una evidencia que no necesita ser ni mencionada, ni, mucho menos, pensada.


Guarda que quema.

Como sabemos, el “éxito” es algo relativo. Y su relatividad produce fenómenos desconcertantes. Por ejemplo: compruebo que a la inmensa mayoría de las personas que les gusta “Amar”, también les gustan otras obras que para mi manera de disfrutar teatro son malas e, incluso, lógicamente contrarias a mi apuesta. Obviamente prefiero sufrir este desconcierto, a la indiferencia y el rechazo. Además, también me mencionan obras que me gustan y me honran con la vinculación. Pero reconozco que el "éxito" me muestra todo su desquicio al ver que mi obra es distinguida junto con otras a las que considero meros síntomas prácticos a los que induce el mercado. Compruebo, mal que me pese, que compartimos el promiscuo mérito de haber podido configurar a las mismas personas como público compatible y gustoso. El "éxito" tiene modos de eficacia que en algunos casos son difíciles de conciliar, sobre todo cuando además conviven en una misma persona. Quizás quepa entonces hacer la siguiente discriminación artística que, a mi modo de ver, calma este desconcierto y relativizar la promiscuidad y el relativismo mismo. Si no, quedamos demasiado entregados ante la demagogia del “todo es teatro” o “son distintas manifestaciones del teatro” o “el buen teatro está en cualquier parte” que domina a gran parte del periodismo y la teoría teatral contemporánea encontrando su cúspide filosófica en la sanción de una singularidad generalizada que es un negocio bárbaro entre la mistificación subjetiva reinante.

Veamos. Sé, por mi experiencia como público, que me pueden configurar eficazmente de dos maneras: estimulando mi subjetividad por el lado al que podemos llamar “quemado” o por el lado, que ante la ausencia de un nombre mejor, llamaré “creativo”. No importa que sea, teatro, cine o televisión. Obviamente estamos más dispuestos a estimular el lado “quemado” viendo tele, que a asumir, en el teatro, ante obras que presentan medallas de algún tipo, que uno está ante un “queme” culto y que es su lado correspondiente el que está siendo cultivado. No tengamos pruritos en afirmar que el lado "quemado" habita todos los universos culturales, incluso el más auto convencido de su valor cultural, independencia y riesgo artístico. Es un lado snob, cool, cholulo, cómplice, paternalista, morboso, sensiblero y es estimulado, con “impactos”, en alguna de sus áreas de implicación sujetiva: ideológicas, culturales, mediáticas, sexuales, intelectuales, populares, etc. El otro, el lado “creativo”, es, obviamente, con el que intento nombrar un aspecto más interesante de muestra subjetividad caracterizado por su disposición a experiencias autónomas, sin “impactos”, valores o condimentos mediáticos. Dos obras, hechas para “lados” distintos, pueden ser igual de valoradas ya que cada una fue eficaz en el aspecto subjetivo al que interpela. Por eso en una misma persona pueden convivir, disociadas, exitosas y reunidas, ambas posibilidades. Lo cualitativo que diferencia ambas experiencias puede no ser notado. Esa obra que desestimo como creación artística, pero un espectador valora tanto como la mía, ha logrado capturarlo entrándole por el otro lado.

Digamos entonces que, desde esta perspectiva, para los artistas, hacer obras para cualquiera de los lados es, en términos de éxito, lo mismo. Pero si esto fuera una opción, si uno pudiera elegir a que lado apunta, no se si alguien elegiría producir para el lado “quemado”. Las obras hechas para el lado “quemado” están hechas, directamente, desde el “queme” del artista mistificado y desde allí no creo que se vea otra posibilidad. Allí reina la pura subjetividad armada de relatividad, cinismo y atontamiento; la medida excluyente de crecimiento es mediática, aún en el más “independiente”, gasolero y autogestado de los ejemplos. El artista “mistificado” y su práctica reina numéricamente, y por afano, porque, como dijimos, es el efecto directo de la adopción de los procedimientos de impacto a los que empuja el medio y además, ahora agregamos, cuenta con la avidez garantizada del lado “quemado” de nuestra subjetivad como marca de fábrica de la época. En medio de este panorama, el lado “creativo” es una suerte. Las obras hechas desde y para ese lado son cualitativamente menos y dependen de milagrosas contingencias, encuentros y condiciones “problemáticas” que permiten mantener a raya el “queme” que nos habita y nos impide configurar encuentros y prácticas que convivan más valientemente con la incertidumbre y la exigencia en pos del beneficio inmediato, subjetivo y practico, de constituir una lógica que nos permita abandonar nuestro “impacto” y transformarnos compuestos con otros.

Es importante liberarse de la chicana que, con el juicio de “maniqueo”, “discriminatorio”, “reduccionista”, etc., se suele objetar a cualquier afirmación que plante dos posibilidades en la que una es mejor que otra. En ninguna época fue fácil o dado crear en ninguna de las áreas humanas. La creación se las tiene que ver con la puntualidad de los obstáculos y posibilidades de la época en que se intenta. Por ejemplo, si alguien cree hoy que es un vanguardista, está suponiendo un mundo que ya no pone los obstáculos y posibilidades que hacían de la creación una “ruptura” en una época dominada por el academicismo y la alienación reinante. Lo que hoy reina, y es efecto de las condiciones mercantiles y mediáticas, es lo que estamos llamando aquí “lado quemado” de nuestra subjetividad. Este mismo mundo también tiene posibilidades creadoras específicas que desarrollamos antes y nombramos como “singularidad”. A eso se avoca sin garantías el no garantizado lado “creativo”. Que se delimiten las condiciones prácticas que definen a cada posibilidad hace que queden “juzgadas” las prácticas existentes. Pero ese es un efecto del tratar de percibir y pensar la difícil tarea de crear en este mundo. Aquí no se presentan dos “opciones” y se juzga a una buena y a otra mala. Aquí está nuestra época con los efectos a los que induce y estrategias para zafar. Luego, que cada uno hace lo que puede, es estrictamente cierto. Ahora, eso no conduce a pensar que todas son diferentes maneras de crear, esa es una necesidad del “quemado” para no ver el mundo del que es efecto.

Con el lado “creativo” afirmado, y su exigente elitismo ávido de ser convocado y capturado, podemos entregarnos a experiencias “quemantes” divertidas o interesantes, pero concientes de que la creación es otra cosa. Esto acota tremendamente el margen de lo creativamente estimable, pero nos permite intentar ser artistas de este mundo con sus obstáculos y beneficios. Como dijimos, de la misma manera que el artista vanguardista del siglo XX buscaban condiciones y procedimientos con los que su practica saliera de la reproducción, la alienación y el academicismo dominante, los artistas que hoy intentamos afirmar condiciones creativas del hacer, debemos evitar que el “queme” con el que nos constituye el mercado, oriente nuestra práctica hacia allí, desesperándonos, mistificando nuestra subjetividad y haciéndonos apelar a los recursos prácticos que por impacto intentan garantizarse su vinculación con la subjetividad reinante y con el “éxito” como sentido.

Personalmente, creyendo mantener aún la capacidad de distinguir entre ambos “lados” descriptos, y habiéndonos dado con "Amar" el lujo de una problemática y un largo, fascinante, transformador y exigente proceso, festejo que, además, nos encontremos disfrutando del beneficio final de esa eficacia ambicionada, desesperante, inductora, relativa y “quemante” llamada “éxito”. Pero que quede claro aunque parezca pretencioso y "que te haces": el lujo es tener "una problemática y un largo, fascinante, transformador y exigente proceso"; además puede haber éxito o no: sólo "éxito", es “queme”.

29.9.10

Video-entrevista sobre la creación teatral en tiempos de mercado

Viendo la siguiente video-entrevista pensé “¡que tiempo que nos dimos!”. Incluso estando editada se puede ver el ritmo de la charla. Evidentemente Diego Braude, entrevistador, camarógrafo y editor, quiso que se vea el trabajo de pensar: su suspenso, su reincidencia, su precipitación, su desorientación, su reencuentro. Darse el tiempo es creer en lo que se tiene para transmitir y por, sobre todo, en la capacidad de los interlocutores para que la charla configure algo nuevo. Presumiendo de esta posibilidad y capacidad el dispositivo "entrevista" se realiza con un tiempo de búsqueda (que sabe que no será acotado por el marco de publicación) en el que lo ya sabido y transmitible, repentinamente, le da lugar a lo que se dice por primera vez. De hecho en la charla pude pensar algo que no terminaba de desentrañar y allí se me configuró con claridad. Yo me venía preguntando: ¿porqué casi no existe pensamiento teatral desde la práctica teatral? Y encontré una respuesta tentativa: en la entrevista explico que nuestro medio escénico es un "mercado escénico". En él, sus habitante debemos inventar un modo de actuar, dirigir, iluminar, escribir etc. que resulte atractivo, convocante y eficaz como producto que ofrecemos para el consumo. Nuestro "modo" es el "impacto" con el que cada sujeto intenta que su hacer sea discriminado, reconocido y requerido en medio de la saturación de ofertas que habitamos. El "impacto" que cada uno inventa es la apuesta con la que nos exponemos para lograr estimación y existencia en el "mercado". En estas circunstancias un elenco es una reunión de "impactos" cuya eficacia es previa a la obra que se hará. Si esto es así, hacer una obra, sería, en principio, tratar de evitar que su dinámica sea el puro despliegue del "impacto" de cada uno, ya que esto impediría el encuentro de una dinámica que reuna cuerpos y rubros escénicos para la invención de la configuración sigular que una obra intenta ser como creación. La creación, hoy, implicaría entonces hacer y pensar la manera en que artistas con "impactos" diferentes se reinventen para componerse en el juego puntual de una obra. Pero si hacer "obra" implica pensar como componerse, y componerse es transformarse, crear y pensar sería de entrada, poner en custión el "impacto" que me ha deparado alguna eficacia frente a incertidumbre que me genera el "mercado". Y aquí la cosa se complica, porque la manera que cada uno se ha inventado para hacer lo suyo es ni mas ni menos que su manera de sobrevivir. Así de dramático. La desesperación e inseguridad que tiene la subjetividad que produce este medio necesita se su "impacto" como mínima garantía de existencia; si pensar hoy implica transformarse, auto condicionarse, auto impedirse modos en pos del descubrimiento de otros, pensar se convierte en un riesgo ilógico e insoportable. Suele cargarse las tintas sobre actores que por su fama ya son “in-dirigibles”; sería mejor ampliar la percepción y ver que estamos en una época que produce actores, directores, etc. que siendo celebres o ignotos son subjetivamente “in-transformables”. El eclecticismo que reina como característica practica general es el efecto de esta condición de reunión: las obras no suelen superar la fragmentación de partida que impone la heterogeneidad de los "impactos"reunidos. No hay pensamiento de la misma manera que en general no hay composición, no hay “obra”, hay ese evento en el que cada uno vende lo suyo. Si actualmente una obra suele ser, salvo contadas y honrosas excepciones, la excusa con la que cada uno muestra su impacto, el pensamiento sobra. Lo que cada artista enuncia, casi exclusivamente ante la intermediación periodística, es la publicidad del impacto al que se juega su participación. Alberto Ure, a principios de los 90, profetizaba: " Lo que hoy domina absolutamente en el campo estético es la promoción, una promoción igual a todas las promociones, lo que nos transforma a todos en modelos de Pancho Dotto". Es brutal, pero las épocas son brutales, al punto de que "pensar" y "crear" fueron gestos siempre a contrapelo de la dinámica que impone el momento. En el siglo XX pensar y crear era, ante la dominación, "romper", eso constituía una "vanguardia"; actualmente pensar y crear es ante la desesperación, "componer", eso produce una "singularidad": transformarse para inventar lo que nos potencia reunidos. Muy difícil de hacer y pensar. La dinámica del "impacto" necesita silencio, baruyo o autoengaño. No decir nada que impida que cada uno haga lo que le sale, o decir mucho desde la pura subjetividad, o hacer una teoría en la que el medio es un paisaje de singularidades múltiples. Habiendo pensado esto, también me pude explicar otro interrogante: ¿porque se han vuelto tan breves los períodos de ensayo? En los 90 cuestionábamos el teatro comercial y oficila porque el tiempo que disponía para ensayar delataba de entrada la ausencia de intenciones y condiciones de búsqueda. Hoy este rasgo atraviesa la producción teatral en general. Si percibimos la dinámica que describimos para entender la ausencia de pensamiento podremos entender que darse tiempo también sobra. Si no hay subjetividad con capacidad y voluntad para transformarse, mejor, realmente, darnos el menor tiempo posible, con el mismo criterio que el más furioso teatro comercial, y no exponernos a nada que nos sea que cada uno haga lo que sabe, y efectuar unas ideas de "impacto" que el texto o el director tiene. Extenderse en el tiempo es el efecto de un excepcional proceso de transformación o es una invasión de temores, inestabilidades, desenganches, inseguridades, presiones externas, aburrimiento y disoluciones. Esta video-nota es para verla con tiempo, con el mismo que nos dimos para hacerla y que, personalmente, tuvo sus frutos

 

 

Entrevista: Alejandro Catalán. 1º Parte: La lógica de las formas from Imaginación Atrapada TV on Vimeo.

 Hace dos años invité a Alejandro Catalán (director, actor, profesor y teórico) a participar de unas mesas de debate para Tecnoescena '08. La mesa que le tocaba era la de "Teatralidad" y en la charla elaboró sobre el tema, haciendo hincapié en el concepto de mercado. La cuestión me quedó picando y, en parte, se fue filtrando en clases y diálogos durante el 2009, mezclándose con otras preguntas que me fueron surgiendo. Leyendo una entrevista que le hicieron a Catalán hace poco en función de su última obra, "AMAR", encontré que había seguido elaborando las ideas que le había escuchado en Tecnoescena. No hay muchos teatristas hoy en día a los que les interese sentarse a reflexionar sobre la propia práctica (las dudas, las preguntas, los conflictos, las certezas si las hubiera) y me dieron ganas, entonces, de continuar algo de lo que había comenzado un par de años atrás. 

 

 


 

 

Entrevista: Alejandro Catalán. 2º Parte: La lógica del impacto from Imaginación Atrapada TV on Vimeo.

Si tomamos en cuenta que hay alrededor de 500 espectáculos en cartel por semana en más de 160 salas (puede, incluso, que la cifra sea más del doble, si tomamos como referencia las estadísticas que aparecen en Alternativa Teatral), no es loco preguntarse cuál es la lógica que imperaría en el modo de producción.

 

 


 

 

Entrevista: Alejandro Catalán. 3º Parte: Reinventarse from Imaginación Atrapada TV on Vimeo.

 Tercera parte de la entrevista a Alejandro Catalán. Si lo que impera es la velocidad, la falta de tiempo y la lógica del impacto, ¿cómo pararse frente a eso si lo que se pretende es recuperar el proceso de búsqueda como un valor? ¿Cómo construir relato en medio de la dispersión? Periodista, cámara y edición: Diego Braude Filmado con Panasonic FS 7