Hay un sentimiento propio del zoom. Porque en esta circunstancia nadie se siente obligado ni mucho menos responsable de tener que tomar clases de actuación. No querer hacerlo suena más lógico que querer hacerlo de manera virtual.
Pero su irracionalidad es justamente lo que atraviesa estas clases en una desembozada explicación del deseo.
Esto es lo que se siente en el zoom.
Y no es que no se pudiera sentir antes. Pero la clase presencial permite la escena de tener que ir a estudiar con tal, o tener que formarse, y complica que el actor conecte con el deseo y haga la experiencia de convocar al cuerpo que desconoce su eficacia. Acá el deseo está encendido desde el vamos y dispuesto a exprimir la virtualidad.
Esta cofradía absurda del zoom cuyo deseo espiritualiza el sentido de la experiencia actoral, va tener mucho para contarle a la presencialidad.
Saludos