Ensayo sobre la experiencia de actuar.
Dedicado a Valeria Lois
Todavía sigo afectado por la actuación de Marilú Marini en "Las criadas". Salí diciéndome: “hay más arriba”. El techo de lo posible se me había vuelto a subir. Como si el tiempo me lo hubiese ido bajando como los párpados de quien se adormece, Marini me sobresaltó haciendo que mis ojos y oídos retomen un grado de actividad e importancia, que yo sabía que tenían, pero no recordaba hasta que punto. Porque si hay algo que esta actriz hace, es estimar y trabajar sobre los sentidos del publico. La frontalidad que se procura, sus pases de lo grande a lo chico y viceversa, los matices tonales que logra su voz, la estabilidad de su rostro, la actividad de su boca, la continuidad de su proceso subjetivo, en fin: la afirmación del vinculo perceptivo con el espectador como el lugar de su producción e intercambio. Ser espectador de Marini es quizás lo mas próximo a la experiencia que debe ser para ella misma actuar. Esa afirmación desmesurada e infrecuente del contacto quizás sea lo que explique el disfrute excepcional que se, y nos, depara en su despliegue. La veía actuar y pensaba: “¡Ahí esta! ¡Ahí esta el sentido de actuar mejor! ¡El disfrute! ¡No el éxito, que puede llegar sin siquiera rozar estas alturas e incluso ser un obstáculo! ¡El que actúa mejor disfruta mas!”
Y que es actuar mejor? Ahí estaba, ahí lo vi: es lograr mayor actualidad en el despliegue afirmando el contacto con el publico como zona y sentido ficcional del juego. El famoso “estar ahí”. “Estar ahí”, el de la experiencia Marini, que luego de la función, y pasados varios días, se me volvía una interrogación. Por un lado, me convalidó el pensamiento que voy forjando para acercar, en la práctica actoral, al cuerpo a esa experiencia; pero por otro, me hizo ver que, cuando sucede esto, obviamente, no es el desenlace de un encadenamiento lógico. Desde la experiencia Marini algo era efectivamente conocido y lógico, pero a la vez, algo en lo que sucedía, aparecía como más grande y fundamental. Me vi entonces empujado a volver a preguntarme lo esencial; pero me lo pregunté como publico, quizás porque alguien que actúa así no me permitió ni hizo que yo quiera ni pueda ser otra cosa que eso: espectador. Me pregunté: “¿De donde surge este disfrute? ¿Por qué quedé así? ¿Qué beneficio nos proporciona la experiencia de una actuación así? ¿Que nos da? ¿Que nos hace?
Cuando luego de varios días me irrumpió una posible respuesta me estremecí. Sonreí solo. No se si la respuesta será exacta, pero si se que a esa actuación la honra, ya que al menos, explica su actuación como fenómeno del mundo posible e imposible de lo excepcional.
Yo pensaba que no había mejor referente para entender la actuación, como vinculo y contacto del actor con el publico, que el sexo. El contacto adquiere una dimensión táctil y sensorial. La piel del actor toca los ojos del público y la voz toca el oído. La superficie expresiva del actor estimula y manipula la percepción del espectador. Si entendemos la utilización de la voz en la escena de la manera que interviene en la situación sexual, resulta más admisible, muy por el contrario a la tendencia actual, hablar menos, mas lento, cálido, matizado y corto. Se hace más admisible, y esto es lo importante, no hablar, afirmar lo que se ve que pasa como algo permanente y narrativamente suficiente e incluso fundamental. Así se invierte la conducta escénica predominante, que se organiza en el decir, y pasamos a un fenómeno de constancia y manipulación visual en el que la voz se agrega sumándose al fenómeno y se va.
Pero esta comparación, que tiene muchas derivaciones interesantes, ya había quedado reducida. La experiencia Marini me amplió cualitativamente la dimensión vincular del fenómeno. No sin temor a la cursilería que me genera decir el nombre de la nueva referencia, tengo que postular que el beneficio por el que me preguntaba al ver una actuación así, aquello que me dejó afectado e interrogado, no es ni más ni menos que el amor. Si, ya está.
Cuando la capacidad y la suerte nos permite conocer la experiencia del amor, sea en el vinculo que sea, podemos entender qué es mirar y escuchar a alguien realmente. El amor permite algo, que en cualquier otro vínculo, genera de inmediato una gran inquietud: que las miradas se posen tranquilas, descaradas y potenciadas. Curiosamente, el teatro lo habilita como convención, nos autoriza a mirar y escuchar a alguien, al actor, de manera explícita e ilimitada; pero muy excepcionalmente esto está apropiado desde la actuación, para convocar aun vínculo que, Marini mediante, adquiere la dimensión de una experiencia amorosa.
No es fácil. El teatro está presionado por el contexto mediático desde el que fatalmente se hace y se expone. Allí la actuación, como cualquier rubro, se juega por la eficacia que le ofrece al mercado de trabajo. Esto la hace temerosa y resistente a la incertidumbre que implica una experiencia de encuentro que la saque de la manera que ha encontrado para impactar en un vínculo de consumo. A esto sumémosle el apuro y la soledad actual del trabajo del actor, con directores que no tienen la capacidad de estimar y señalar los acontecimientos que hacen de la actuación la creación de una subjetividad, y entenderemos que es realmente muy difícil no actuar la publicidad de la propia actuación desalojando de entrada la invitación al encuentro. La actuación reducida al impacto, que provee la eficacia de un puñado de operaciones, puede ser exitosa, pero hace que se reduzca la dimensión humana de lo actuable por no contar con las herramientas y matices que solo se desarrollan arriesgándose a afirmar el encuentro perceptivo como condición del despliegue. Dentro de esa dinámica limitante del impacto, el disfrute es, en el mejor de los casos, reemplazado por la euforia. La euforia de la escena mediática: vidriera, impactos por doquier, valores culturales, atención de los medios y público de pie. Es muy común que los futbolistas y actores famosos tengan la necesidad de manifestar que su familia y amigos son además de lo más importante, su remanso, aquello que los conecta con otra cosa. Como si indirectamente estuvieran denunciando la impostura agotadora que parece necesaria en un mundo que paradójicamente depende de la capacidad de juego. Pero cuando en el juego está en juego la supervivencia en el mercado, ya nadie se divierte tanto y nada tiene sentido sin éxito.
Muy contrariamente a lo que le sucede por igual a actores famosos e ignotos, Marini perfora la escena mediática que su nombre, aunque su actuación fuera mediocre, podría generar como sentido previo y final de la experiencia. Marini no está efectista, no está famosa, no está cultural, no está ideológica, no está canchera, no está “cool”. Porque? Como? El amor es un laburazo, pero, a la vez, es un gran descanso del resto de la vida. El amor desaloja la medida social y mediática de lo que somos porque impone la intimidad de un intercambio en el que todo lo que no persigue interés queda abierto a la percepción y el intercambio. Marini pone en juego el amor en la situación escénica. La respuesta “mariluciana” seria una pregunta: ¿Por que tendría que surgir de mi algo que limite, niegue o se pavonee entre ustedes y yo, que somos lo mas importante que acá esta pasando, mis amores? ¿Cómo perderse la oportunidad de abrirme y que me amen de la misma manera que yo los amo porque los vivo y asumo como verdadero sentido de esta hora de vida?
Marini nos brinda la posibilidad de estar realmente con alguien, alguien que asume con absoluta plenitud y festejo nuestra presencia allí como portadores de ojos y oídos. Su actuación trae la obra a un presente compartido en el que respira con nosotros. Por eso nos ama, porque nuestra presencia la habilita a la posibilidad de generar una actualidad radical en sus actos, con el que nosotros nos sentimos estimados como publico de ese día, en cada instante, y ella, autorizada a ser por un rato la dueña del destino de nuestro corazón. Ambos pudiendo realmente compartir un tiempo y un espacio.
Marini no sale a escena, nos adentra en su imagen.
Marini no trabaja sobre el texto, trabaja su voz sobre el silencio que nos envuelve.
Marini no está sobre el escenario, se para en la continuación de nuestro suelo.
Cada vez que digo “andá a ver a Marini” estoy invitando a literalmente eso, a ver. Compruebo luego el efecto que tiene verla, en alguno de mis colegas, en los actores con los que trabajo, en mis actuales directores y obviamente en mi propia actuación. Todos queremos salir a actuar para descansar de este mundo; para vivir un momento más real; para disfrutar humildemente del tremendo poder que se nos delega.
Marini es actualmente una constelación milagrosa de talento, instrumento y experiencia. En esto último la edad no es un detalle cuando “experiencia” se asume como un concepto superador de carrera. Digamos que puede haber carreras exitosas sin una “experiencia” proporcional. En términos de “experiencia” la carrera es “proceso”. Y el proceso de actuación de un actor tiene como único norte de orientación de su pensamiento y su despliegue, el lograr una mayor capacidad de contacto. El proceso se va generando en la oportunidad u obstáculo que cada obra es para esa “experiencia” que se quiere acrecentar. Esta “experiencia” nunca es profesional, no busca ser eficaz, es artística, porque implica poner en cuestión los procedimientos que logro reconocer como límite y habilitar lo que presumo me proporcionará una mayor presencia y actualidad. En Marini, la edad, tiene el contundente beneficio de un proceso orientado en pos de está “experiencia” cuya oportunidad de profundización actual, son las funciones que está haciendo ahora.
En este sentido Zorzoli es el segundo término de la actuación que aquí pondero. En Marini confluyen las condiciones que antes enumeraba y otro milagroso elemento: mirada. Se ve una medida y un registro. Se ve un encuentro de actriz y director. Un director que fue ojos y oídos en los que se fue preparando la cita para nuestro encuentro y flechazo. Es probable que ambos se hayan mejorado mutuamente, es decir, procurado un mayor disfrute. Gracias.
Montevideo, 24 de agosto de 2012