ALEJANDRO CATALÁN
Este blog quiere pensar la actuación y, desde ella, el teatro. Si el arte tiene en la práctica su experiencia fundamental, el actor es el único que puede pensar la experiencia teatral desde la específica y exclusiva posición que asume frente al público cuando el teatro comienza. La posibilidad de un discurso actoral sólo requiere estimar esa posición y pensar el hacer por su propio beneficio práctico y subjetivo . Bienvenidos.
20.9.22
ACTORES SUELTOS
30.11.21
Hay una actuación
Actuar puede permitirnos compartir un cuerpo más propio que el que nos hemos podido dar en la vida social y en una actuación que necesita gustar. Desde él podemos percibir el personaje con el que transamos para tener eficacia social y actoral.
Hay una actuación del actuar bien en el aislamiento del actuar bien de cada uno, y una actuación del desearse y transformarse para estar juntos.
La imposibilidad de pensar y cuestionar el productivismo en nuestro cuerpo y reuniones, nos impide humanizar la experiencia aunque tengamos ideologías libertarias, situaciones de exclusión, concepciones espirituales y hagamos obras que hablan de ello.
La sensación de que no hay mundo por fuera del productivismo es el que nos hace admisibles todas las adaptaciones, reducciones, violencias, asimetrías, cholulismos, verticalismos, desestimaciones, competencias, jerarquizaciones, apuros. etc
Hay una actuación que no necesita condiciones de producción y se reúne por deseo y genera su proceso desde la inteligencia afectiva.
Hay una actuación que se despliega entre cuerpos que sueltan temores, juicios, presiones, jerarquías; entre cuerpos que se aceptan, se conocen,se particularizan y se quieren.
Más que una actor que cuenta con una actuación o un rasgo social, podemos ser cuerpos disponibles para que nos surja la actuación que nos suelta y junta.
La ficción puede constituirse con el material que genera ayudarnos a darnos un cuerpo libre.
Más que de cómo actuar se trata de cómo vivir.
10.5.21
¿Qué quiero actuar?
¿Qué quiero actuar?
Esta pregunta suena esencial, pero no solemos habitar situaciones en la que pueda ser hecha y respondida. Mas que un “qué”, los actores estamos siempre urgidos por encontrar un “dónde” y un “cuándo”.
Esa oportunidad aparece con condiciones que preceden a nuestro cuerpo (personaje, texto, argumento, tema, ideología, idea de actuación del director) e imponen a nuestra actuación la tarea de desentrañar el “cómo”. Un “cómo” siempre presionado por su eficacia ya que de él depende la posibilidad de gustar en el mercado laboral y volver a conseguir “dónde” y “cuándo”.
En las situaciones formativas o de entrenamiento tampoco solemos encontrar el espacio para descubrir qué quiere nuestro cuerpo. Los profesores transmitimos una actuación cuyos modos, por más libertarios que se declaren, terminan unificando una conducta corporal. No se suele partir del propio cuerpo sino del cuerpo al qué hay que llegar.
Lo cierto es que la repuesta a la pregunta “qué quiero actuar”, sólo emerge en una actuación que conecta nuestro cuerpo con su deseo. Para ello necesitamos generar un contexto vincular reunido con ese propósito para que lo que junte las actuaciones sea un verdadero permiso de nuestros cuerpos.
La pandemia forzó un parate en el que esta pregunta puede tener lugar. Quizás sea la única pregunta que pueda tener sentido corporal. Incluso en épocas de mucha actividad suele ser la pregunta que permite parar para reacompasar el cuerpo al deseo.
¿Tengo unos seres que me suelen invadir el cuerpo en una actuación secreta o en la intimidad de unos amigos? ¿Tengo un registro que mi cuerpo siente ganas de darse? ¿Conozco un cuerpo del que quiero aprender a llevar el mío? ¿Reconozco en el vínculo con alguien una sensación que me da ganas de trasladar a mi actuación? ¿Hay en mi cuerpo un pudor, temor, inseguridad, que quiero tramitar?
La respuesta a la pregunta “qué quiero actuar” será una hipótesis tentativa que se dan unos actores que se indagan, más que unos alumnos que delegan. A partir de allí iremos percibiendo por donde se expresa ese deseo en un contexto en el que los otros cuerpos y miradas quieren lo mismo.
Nuestra función allí será la de una mirada clínica que coordina un grupo de actores que quieren ser cómplices de un despliegue que va a descansar de la eficacia del trabajo y la corrección del aprendizaje para que sus cuerpos conecten con la experiencia expresiva que los junta.
Coucheo y actuacion viva
30.3.21
Exiliados pero juntos
12.11.20
ZOOM
Hay un sentimiento propio del zoom. Porque en esta circunstancia nadie se siente obligado ni mucho menos responsable de tener que tomar clases de actuación. No querer hacerlo suena más lógico que querer hacerlo de manera virtual.
Pero su irracionalidad es justamente lo que atraviesa estas clases en una desembozada explicación del deseo.
Esto es lo que se siente en el zoom.
Y no es que no se pudiera sentir antes. Pero la clase presencial permite la escena de tener que ir a estudiar con tal, o tener que formarse, y complica que el actor conecte con el deseo y haga la experiencia de convocar al cuerpo que desconoce su eficacia. Acá el deseo está encendido desde el vamos y dispuesto a exprimir la virtualidad.
Esta cofradía absurda del zoom cuyo deseo espiritualiza el sentido de la experiencia actoral, va tener mucho para contarle a la presencialidad.
Saludos
21.5.20
Preguntas concretas que abren procesos
¿Qué registro tengo de lo que le sucede a mi cuerpo cuando actúo?
¿Cuál es su automatismo para bien y para mal?
¿Cuál es la concreta diferencia o continuidad de postura y juicio de mi
cuerpo, entre la manera en que lo llevo en la vida social y la vida
ficcional?
¿Cuáles son las zonas de mi cuerpo que están
ausentadas o sobrexpuestas en la vida social y se resisten a componerse
cómodamente en la actuación?
¿Cuánto más calmo, blando, abierto y suelto percibo que necesito estar?
¿Cuáles son las conductas que tienen eficacia en mi vida social e ingresan como obstáculos en la ficcional?
¿Cuáles son las sensaciones que le retaceo a mi cuerpo en vida social que también se resisten en la vida ficcional?
¿Qué sensaciones por las que circulo cómodamente en mi vida social no logro ingresar en la ficcional?
¿Cuánto del conocimiento corporal que habilita el amor logro ingresar y ofrecer en mi actuación?
¿Entiendo la mutua expansión que es ser efecto de lo que percibo que necesita la actuación del otro?
¿Conozco y actúo con cuerpos más libres que orientan mi proceso?
¿Está teniendo diálogo mi vida y mi actuación?
¿Es claro lo que se cuestiona la una a la otra y lo que se agradecen?
¿Tiene relación mi manera de actuar con la manera en que registro que se vive en esta época?
¿Logra ser mi actuación una manera de vivirme mejor junto a otros?
Guasón
Joaquin Phoenix es una actor extraordinario, es mejor actor que lo que
la película le permite. Porque Guasón le pide que esté impactante, le
pide que en tomas cortas y morbosas acierte con la dimensión humana de
situaciones sin desarrollo e incluso inverosímiles, con el que el guión
avanza también impactando. Eso es muy difícil de actaur, pero impone
límites a la actaución en su propia verosimilitud; porque al rato ya
estoy viendo una actuación hecha agente de efectuación de un
guión que cada vez la pone mas a su servicio y al final le hace bajar línea. Phoenix y De Niro actuando una situación evidentemente
forzada me hace pensar que por más reconocimiento y excelencia que
tengas, sos un empleado o socio de la industria que termina actuando
cosas sin honestidad intelectual.
Lo que me dejó Guasón es una
sensación fea: un actor aceptó ponerle muy heroicamente el cuerpo a
algo que está hecho de manera especulativa y efectista. La apuesta al
impacto es aquí tan alta y la coartada tan demagógica, que si no
adherimos con la euforia correspondiente, parece que corremos el riesgo
de sentirnos sobre exigentes, petulantes y quedarnos solos respecto del
mundo que premia y da trabajo. La película deja un vacío tan grande que
cuesta no asumirlo como una decisión afirmativa; pero no, es lo que deja
una película pretenciosa sin encuentros verdaderos y profundos entre
actores. Película y actuación están hechas con la dinámica del mundo que
denuncian. Su recepción y éxito también.
La actuación es un vínculo
Pero esta no parece una opción posible en una época en la que la única referencia del ejercicio de nuestro arte es la que ofrece el mercado laboral. Eso explica que una obra hecha por actores desconocidos con una recaudación modesta, maneje los mismos procedimientos, modos de exposición, presiones y espectativas que la obra más mediática y comercial. Las condiciones que principalmente nos reúnen y organizan, con o sin fama y dinero, son las de producción y eficacia. Esto hace que nos resulte admisible
actuar sin priorizar la profundidad del contacto vincular. La exacerbación de la palabra y el lucimiento de ideas, delatan un vínculo generado desde el aislamiento de la eficacia personal y el miedo al aburrimiento propio de la industria del entretenimiento.
El arte de actuar no es una moral que condena el uso profecional de la actuación, sino una práctica que necesita pensar cómo evitar los obstáculos propios de su época. El mercado laboral nos enloquece a todos haciéndonos creer que es la única, exclusiva y razonable posibilidad del ejercicio de nuestra actuación. Sabiendo esto, luego nos queda pensar de qué manera nos brindamos una vinculación en la que nuestro cuerpo pueda vivir una experiencia que no sufra la presión del éxito.
En su mas profunda dimensión vincular, actuar es ayudar a actuar. Ayudar a actuar es expandir al cuerpo que el otro tiene atrapado en su eficacia. Lo ayudamos dejando que nuestro cuerpo genere la actuación que lo convoca. Ambos nos damos permiso habilitando el permiso del otro. El director allí es la mirada que habilita a que esa honestidad transformadora se haga ficción. Esto en la vida se llama amor; la actuación puede tener esa misma dimensión.
3.10.16
Trailer del Seminario Ficción Actoral en México
FICCIÓN ACTORAL | Alejandro Catalán y La Universidad Desconocida from obreracentro on Vimeo.
4.7.16
Che n°4
Che, en Buenos Aires hay actores extraordinarios. Y lo extraordinario de nuestros actores no hay que buscarlo en sus dotes interpretativas y su técnica. El actor de Buenos Aires no es un actor con una formación clara y acabada. Nosotros somos actores atrevidos. El permiso que manejamos excede la autorización escénica que suele tener la virtud interpretativa. Hay una irreverencia en el aporte expresivo y una estimación de nuestro lugar, que es la afortunada herencia que nos llega de la posición creadora con la que la actuación reconfiguró nuestro teatro. De hecho, en Bs As hay una gran cantidad de actores que han creado obras que no existían. Es decir actores que en vez de juntarse a hacer una lectura, se juntaron a mirarse sin intermediaciones para ver qué surgía del encuentro de sus cuerpos. Estos actores, enseñan, dirigen, o siguen actuando y mostrando un nivel de permiso que invita a los nuevos actores a autorizarse de la misma manera. Sobre esa condición práctica y subjetiva se desarrolla y explica el proceso de nuestro teatro. Que no se corte. Está difícil. Vamos las bandas
No se puede hacer más lento
El juego se llama “no se puede hacer más lento” y es mi estilo de tarea.
“No se puede hacer más lento”, o, quizás, se pueda hacer más lento, por qué no. Siempre prometo poner lo mejor de mi técnica en mi juego y todo lo mejor de mi corazón en los públicos.
“No se puede hacer más lento”, o, quizás, se pueda hacer más lento, por qué no: es el elegante desafío al implacable lente de la televisión y a mí mismo como artista.
Editado de algunos shows de René Lavan.
14.1.16
Terminó AMAR
4.12.14
Urdapilleta
Me estaba yendo a otra ciudad a dar clase. Eso siempre me genera incertidumbre porque el encuentro se tiene que dar sin las complicidades locales. Pero aquella vez, la incertidumbre se agudizó hasta generar interrogantes que apuntaban directamente a la legitimidad de mi tarea: “¿Qué estoy llevando? ¿Mi método de trabajo? ¿Cuál es el aporte? ¿La autonomía es una técnica? ¿Por qué va desde Buenos Aires un tipo a dar clase allá?”. Las preguntas me surgían con un tono asustado, como si temiera descubrir a un farsante. Pero si bien la situación era incómoda, no me resultaba inesperada o arbitraria, ya que en esos días, la cosa venía así: Urdapilleta había muerto hacía poco y, desde el momento de la noticia, todas mis tareas estaban en estado de cuestión. Su recuerdo se me metía en las clases y los ensayos revoleando todo lo que parecía meritoriamente acomodado.“¿Dónde está Urdapilleta en lo que hacés vos que tanto lo admirás y tan fundamental pensás que es?”, fue la pregunta que con su muerte empezó a trastrocarlo todo. Y me asustó. Me asustó porque temí la posibilidad de que mi relación con él ya fuera más ideológica que concreta; temí haberme distraído, o descubrirme aburguesado; como si su muerte me hubiese hecho ver la posibilidad de estar yo un poco falsamente vivo. Tal cosa me impactó más que el miedo a encontrarme con un diagnostico desfavorable; así que dejé que se meta y haga, que me muestre los límites que su arte podía hacer visible en el mío. Que pregunte lo que tenga que preguntar.
Saliendo entonces de Buenos Aires con esos interrogantes severos, pensando nuevamente en él, y evocando, como ahora, las sensaciones que me vuelven frescas de su actuación, me surgió una palabra que me pegó en el pecho y, además de responder las preguntas con las que arrancó el viaje, comenzó, en ese mismo instante, a reorganizar una nueva perspectiva de la experiencia que me intento habilitar a los machetazos como actor, como director y como docente. La palabra fue “permiso”. “Permiso”. Me pareció que era el mejor nombre para la sensación que me encendía y aún enciende el recuerdo de su actuación. Y en seguida me dije, como reprochándome el no haber pensado antes, algo que era más simple y contundente: acá en Buenos Aires, hace más de 20 años, presenciamos y nos dimos“el” permiso. Lo entendí así porque desde Urdapilleta se me abrió el cuadro, y visualice, tras él, a su originario teatro “Under” desde una perspectiva que me redimensionaba lo que ya creía haber comprendido en su importancia. Pude ver aquél período como el comienzo de una cualidad actoral que Urdapilleta condensaba de una manera especial pero que se podía observar extendiéndose en muchos otros actores hasta nuestros días. Me dije, una vez más, que aquel movimiento actoral, en lo absolutamente precario de su esencia, fue una acontecimiento artístico de una potencia incuantificable. Que sus efectos pueden encontrarse hoy, no sólo en nuestro ya dramatúrgico teatro "independiente", sino en todos los espacios de actuación en los que ingresan actores que fueron directa o indirectamente afectados por el “permiso” actoral que entonces se habilitó y propagó desde unos cuerpos en llamas a otros que también quisieron arder. Pude entender la llegada de la dolorosa muerte de Urdapilleta, como un rayo que a la vez fulmina y alumbra, y nos permite ver en torno a su cuerpo, el tamaño y tipo de incidencia que tuvo en los actores. Y lo cierto es que la afectación que persibí en los colegas de mi generación, obviamente la anterior , y en las posteriores, fue muy particular. Quizás su identidad y su actuación portaban la condensación y vigencia de lo que, ahora, llamándolo “permiso”, entiendo como una habilitación particular de la altura del techo actoral de esta ciudad. La actuación de los actores de Buenos Aires tiene desde hace muchos años la estirpe de un “permiso” que contemporáneamente en ningún lado se tuvo ni se enseña y del que Urdapilleta era la prueba viva de la fuerza de su impulso.
Esa fue la respuesta a las preguntas con las que partí. Ese es el milagro local del que soy un afortunado efecto y apóstol. Llevo el mensaje y el juego que invita a los actores a llevar su actuación más allá de eso para lo que supuestamente sirve; a descubrirse, entenderse y afirmarse sin las referencias en las que habitualmente delega la legalidad de su acto; a poder compartir desembozadamente la evidencia de que la actuación es la potencia creadora específica del arte teatral.
Aquel día, viajando hacia una ciudad cuya vida teatral es tan escueta como suele ser la de todas las grandes ciudades del mundo, el entusiasmo me hormigueaba en el cuerpo proyectando el descontrol que les propondría a los actores hacia los que iba, y las novedades con las que volvería a reencontrarme con los que convivo aquí. El trabajo sobre el “permiso” tenía que convertirse en condición fundamental del juego. Todo deberá partir de intentar que el espíritu de Urdapilleta baje y juegue con nuestros cuerpos, que habilite a los actores a una experiencia amplia, abierta, desfachatada, poderosa, autónoma y personal.